“Con nuestros sueldos no podríamos alquilar”, cuenta Ezequiel (27), que vive junto a su madre Ana, ahora jubilada, en Lagur, un complejo habitacional que depende del servicio social de AMIA y ofrece alojamiento gratuito a familias que de otra manera terminarían en la calle. Él trabaja desde hace una década de cocinero y su madre cobra la jubilación mínima. Deberían gastar al menos un sueldo entero solo en el alquiler y “algo hay que comer”. Como mucho, podrían costear una habitación con baño y cocina compartidos en algún hotel.